Conclusión: Hacia una sociedad del aprendizaje

El mundo contemporáneo es muy distinto del mundo que hemos heredado de las generaciones anteriores. Hay que reconstruirlo. Aprender ya no es la única prerrogativa de los individuos. Nuestras sociedades, también, están apeladas a encarar este reto. Frente a enormes desafíos, su supervivencia se ve amenazada si ellas persisten en producir y consumir como lo hacen actualmente.

 

Los desafíos

En primer lugar, debemos hacer frente a los retos económicos inherentes al desarrollo de las nuevas tecnologías. El transporte eficiente, las telecomunicaciones fáciles y eficientes se encuentran a la raíz de la globalización económica, mientras la informática y la robótica han transformado el panorama industrial de abajo hacia arriba. Sabemos lo que pasará después. Estas rápidas metamorfosis en los patrones de producción han generado más desempleo, provocando graves fracturas sociales y, sobre todo, una exclusión que asola los suburbios. Al mismo tiempo, nuestros vertidos industriales, los procesos de explotación y de consumo están desbordando las capacidades autoreguladoras de los ecosistemas.

Hasta ahora, el impacto de las actividades humanas en la biosfera había sido limitado. Ahora estamos a punto de destruir nuestro entorno vital. Agujero en la capa de ozono, daños de todo tipo en las reservas de aire y agua, calentamiento global: la lista de los daños es escalofriante. Con los meros residuos de la industria nuclear, se contamina el planeta durante al menos 100.000 años, o incluso un millón de años. Otro desafío es la demografía. La humanidad sobrepasó los primeros mil millones de seres humanos a finales del siglo XVIII. Éramos dos mil millones alrededor del año 1950. Seremos 8.500 millones en 2030, es decir mañana y cerca de 10.000 millones de seres humanos vivirán juntos en la Tierra a mediados de siglo. Habrán que prever traslados de población. Tenemos que estar preparados para eso. Y además, vemos de nuevo desafíos que creíamos haber abolido en nuestro camino. Una serie de enfermedades, tales como el cáncer, están relacionadas con el uso del amianto u otras sustancias cancerígenas. Otros, tales como la enfermedad de la hormona del crecimiento o la enfermedad de las “vacas locas”, son el resultado de tecnologías insuficientemente controladas. Otros aún, como el SIDA, detectado gracias al avance de los diagnósticos, continúan provocando provocar a la medicina. Otros, por último, son el resultado de una mala concepción de la salud o de nuestro sistema de atención médica. Una nueva epidemia de tuberculosis se está desarrollando en la superficie de la Tierra, y muchas enfermedades con bacterias u hongos se están propagando a través de los hospitales. El uso abusivo de antibióticos ha hecho que muchas cepas de microbios sean resistentes. Sin mencionar que sabemos cómo manipular las especies, gestionar bancos de esperma, desarrollar las autopistas de la información y que estamos a punto de poder clonarnos. Sin embargo, no cuestionamos, o muy poco, el valor de estos conocimientos técnicos. Preferimos no considerar los riesgos que estas prácticas representan para nuestra especie y para todas las especies. Nos excluimos de la toma de decisiones, dejando que el sacrosanto “mercado” actúe.

Las opciones en términos de energía, de transporte, de defensa, de prioridades médicas, de manipulación genética están fuera del control de cualquier ciudadano. Los mismos “decidores” se están rindiendo. En el mejor de los casos, nombran comités de expertos que “saben todo”, como se dice, “pero sobre nada” – una fórmula bonita pero desesperadora que refleja una falta de visión sistémica -, la única que permite la aprehensión de los efectos globales a largo plazo.

En definitiva, estamos apelados a abordar los desafíos éticos y políticos. ¿Qué queremos? ¿Qué estamos dispuestos a apostar para el futuro? ¿Cómo nuestras sociedades pueden ser verdaderamente democráticas? ¿Qué instrumentos colectivos de regulación queremos establecer para que la elección de los seres vivos tenga prioridad sobre la fuerza de las cosas? Los referendos implementados en algunos países europeos, especialmente en el ámbito de las opciones tecnológicas, son una forma de ofrecer a los ciudadanos la oportunidad de expresar su opinión. Los suizos por ejemplo, se han pronunciado sobre la ingeniería genética. Pero para que tal voto tenga sentido, es necesario que cada ciudadano tenga un conocimiento consistente. Una alfabetización en ciencias y tecnologías será para una democracia participativa lo que la alfabetización fue para la emergencia de la Tercera República.
Para ello, debemos luchar contra nuestra sensación de impotencia. Cuanto más distendida, compartimentada, segmentada, se encuentra nuestra sociedad, más se va ampliando la sensación de que su control se está escapando de nuestro alcance. Tenemos que aprender a crear vínculos entre los individuos, a fomentar todas las formas de diálogo. Carecemos urgentemente de estrategias ciudadanas movilizadoras, capaces de inscribirse en el mediano plazo y abordar estas cuestiones en sus múltiples dimensiones.

La sed de aprender

La sed de aprender se vuelve un recurso vital para una sociedad obligada a innovar. Nos toca ser capaces de aprovechar las oportunidades, al menos de mantener los ojos abiertos para que no se nos escapen. El próximo siglo tendrá los colores de un mundo en el que los valores ya no se impondrán a priori, sino que exigirán ser fundados. El desafío epistemológico es ineludible.

“¡Cambiemos las neuronas!” (en todo caso de redes de neuronas me gustaría decir)… La mayoría de las referencias que la humanidad ha forjado desde el Renacimiento – aquellas sobre las que basamos nuestros razonamientos y acciones – han sido barridas o están a punto de ser reemplazadas. Las nociones de espacio, de energía, de tiempo, de materia, etc. fueron resignificadas y reestructuradas a lo largo del siglo.

La energía, como lo habíamos aprendido, puede convertirse en materia. El tiempo puede contraerse, el espacio es curvado, la velocidad relativa, el electrón es una onda o una partícula según el observador, el caos se muestra organizador, el universo no es permanente. Ni siquiera “no nacimos desnudos en una pradera”. Somos sólo uno de los muchos productos de una historia: la del universo, pero ¡de un universo “que no tiene dirección” y del que no somos más el centro! Abordamos este siglo arrastrando estructuras mentales heredadas del pasado. La forma “dominante” de pensar deriva directamente de la física del siglo XVIII. Sabemos manejar lo que es simple, homogéneo, ordenado, regular e inmutable.

Hoy, sin embargo, debemos enfrentarnos constantemente a lo inesperado, lo paradójico, lo contradictorio y lo complejo. Si existieran soluciones sencillas a los problemas que abruman, podemos suponer que hubiesen estado actuando desde hace mucho tiempo.

 

Cambiar nuestras referencias

¿Cómo tratar la incomodidad de lo borroso, de lo fluido, de lo volátil, de lo heterogéneo y lo incierto? ¡Cambiando nuestra visión del mundo! Es un programa vasto, muy vasto… Y estamos tan lejos de él. En las clases preparatorias para las grandes escuelas, se siguen enseñando los únicos preceptos de la lógica clásica. No se enseñan a nuestras élites ningún clase de razonamientos en situación de incertidumbre. En la opinión de matemáticos experimentados, nuestros modelos matemáticos sobre lo incierto, las predicciones o incluso las probabilidades siguen siendo muy pobres. Del mismo modo, la representación del mundo la más compartida sigue siendo fundamentalmente lineal, basada en la causalidad mecanicista.

Sesenta y cinco años después de la formulación de la cibernética, esta ciencia de las retroacciones no está aprovechada en la industria o en la finanza. El funcionamiento del pensamiento en estos entornos es similar al de una máquina convencional. El mejor ejemplo de ignorancia en este ámbito es el de los banqueros, que invierten en los bienes inmobiliarios, imponiendo al mismo tiempo una obligación de ajuste a los industriales. Como consecuencia de ello, el desempleo está aumentando fuertemente y el poder adquisitivo está en declive. Los individuos ya no pueden darse el lujo de comprar apartamentos y el mercado inmobiliario se está erosionando. Las empresas, “más ligeras”, necesitan menos espacio, lo que agrava aún más el colapso de los bienes inmobiliarios. ¡Qué desperdicio!

Los enfoques analógicos o en redes también son incipientes. Las investigaciones sobre la complejidad sólo es de interés para un puñado de investigadores, por cierto muy brillantes, pero aislados. En cambio, la compartimentación, la división y la jerarquización no ofrecen ninguna clave para un mundo complejo y cambiante, donde nada es ni absoluto ni definitivamente estable. No tienen ningún beneficio para concebir los conjuntos fluidos, como lo son los actuales mercados financieros, donde las interacciones son múltiples y donde las causalidades se entrecruzan.

 

¿Qué saberes en el 2040?

Quien compara los saberes (o las innovaciones tecnológicas) producidos cada año con aquellos que puede realmente manejar, se va mareando. En el siglo XVIII, todo el saber podía entrar en una enciclopedia. Actualmente, las neurociencias por sí sola produce el equivalente a 50 metros lineales de publicaciones al año. Algunas personas creen que el conocimiento se duplica cada 5 a 6 años en biología, y cada 7 a 8 años en tecnología. Algunos datos en telemática o en robótica están vencidos en un lapso de tres años, y nace una nueva generación de chips electrónicos cada 18 meses.

¿Qué conocimiento será todavía “útiles” en 2030 o 2050? ¿Y qué saberes van a emerger? Si no podemos con certeza a esta pregunta, es posible esbozar algunas dinámicas. Primero, debemos ir más allá del simple aprender a “leer, escribir y contar” de la escuela de antaño. Si nos limitamos solamente a la lectura, podemos observar que saber leer el periódico – una etapa que se deseaba alcanzar a principios del siglo – ya no es suficiente. Se vuelve esencial poder buscar, decodificar, clasificar y procesar documentos extremadamente diversos y las informaciones que contienen. Además, con la explosión de los medios audiovisuales, el mero manejo de la escritura se muestra limitado. Saber decodificar las imágenes (y las secuencias de imágenes) se ha convertido en una necesidad. Con las bases de datos y las redes electrónicas, aprender a leer remite a aprender a decodificar un hipertexto, a encontrar una vía dado que los caminos son numerosos, y preguntarse sobre la fuente de los documentos, su validez y su pertinencia. Aprender a aprender también es importante.

Es un aspecto que requiere un poco de reflexión, de lo contrario seguirá siendo una fórmula vacía. Los individuos tendrán que ser capaces de manejar tanto lo organizado como lo incierto e lo inesperado. La prioridad ya no es la enseñanza de los contenidos disciplinarios, sino de introducir en el alumno una disponibilidad, una apertura sobre el saber, la curiosidad para ir hacia lo que no es obvio o familiar, un modo de investigación propicio para responder a los desafíos actuales o en gestación.

La actitud del educando es más importante que los conocimientos fácticos que asimila y que se desvalorizan muy velozmente. Por lo tanto, se vuelve un tema central formar mentes capaces de cuestionarse a sí mismas y sobre el mundo, de educar ciudadanos en pos de debatir los retos sociales. Apropiarse los enfoques de pensamiento ocupa así un lugar preponderante. El individuo debe poder realizar investigaciones documentales, procedimientos experimentales y sistémicos o practicar la modelización, la argumentación y la simulación. El proyecto ya no se trata sólo de aprender a resolver problemas, sino de clarificar una situación, de plantear los problemas. Ya no se trata sólo de buscar la información, sino de clasificarla, situarla y discutir su pertinencia…

La prioridad que damos a las actitudes y a los enfoques no debe hacer olvidar los conocimientos. No obstante, aquí también es necesario un cambio a nivel de la relación con los saberes. Los conocimientos poseen su razón de ser. No se pueden desarrollar comportamientos o manipular los métodos sin conocimientos. Pero estos últimos exigen que sean “biodegradables”, de lo contrario el pensamiento se quedará paralizado en un momento en el que debe mostrar una máxima flexibilidad. Además, algunos “grandes” conceptos deben servir de elementos organizativos o reguladores del pensamiento. Estos “fundamentos” deben ser elegidos para cotejar las múltiples informaciones de nuestro tiempo y permitir que el individuo encuentre su camino y renueve su imaginario1.

Al mismo tiempo, una mirada crítica sobre los saberes que se movilizan se vuelve una necesidad. Una reflexión sobre los vínculos entre los saberes, la cultura y la sociedad, o también entre el saber y los valores, es tan importante como los mismos saberes. El educando debe darse cuenta que puede haber varias soluciones a un problema y que cada una está contextualizada. O aún que es posible que no hayan soluciones o que estas últimas sean peores que los problemas.

Lo más importante se vuelve la pregunta, más que la respuesta… La solución se refiere a un marco estático, la pregunta a la autonomía del pensamiento del individuo. En esta perspectiva, el saber pertinente deviene en cuestionamiento, conexión, invención y elaboración. Es un instrumento al servicio de un proyecto: el del individuo al interior de una sociedad.

 

Aprender, una dinámica social

La complejidad nos ha engendrado a todos. Polvos estelares, somos, hasta que sea demostrado lo contrario, lo que el universo ha producido de más sofisticado. De esta increíble historia de la energía y del tiempo, de la materia, del universo, de la Vida y de la Humanidad, emergió una conciencia. Lamentablemente, el “gran sentido” no está dado y no es seguro de que tengamos las herramientas cognitivas para acceder a él. Por lo tanto, hay que encontrar a toda costa un sentido provisorio para vivir “de la mejor forma posible”, juntos, en un espacio limitado.

¡Dejemos de contarnos historias! En los albores de este siglo, debemos reflexionar y pensar diferente. Aprender ocupa un lugar gravitacional en las dinámicas sociales. Varios grupos de intercambio de saberes, todavía efímeros y a menudo espontáneos, están comenzando a abrir el camino. Nuestras ideas, nuestros modos de pensar y nuestros valores deben ser repensados, nuestras reglas del juego deben ser consideradas de otra manera. ¿Por qué tener miedo de aprender partiendo de nuestras fallas e insuficiencias presentes? Aprender, en el plano personal, es comprender. En su dimensión social, es adquirir competencias colectivas para participar en un proyecto sociopolítico.

Hay que forjar nuevas reglas de gestión. A futuro, debemos pasar de una forma de democracia delegada a una democracia más participativa. Del mismo modo, los valores (en otras palabras: “¿Qué valoramos y por qué?”) deben ser debatidos en la escuela. La confrontación de los valores habituales ya facilitaría su clarificación y podría dar lugar a la emergencia de nuevos valores, más acordes a las nuevas dimensiones ambientales, éticas, etc., que van surgiendo.

¿Qué queremos hacer con nuestras vidas? ¿Qué es importante y por qué tenemos que defender valores solidarios? Se hace evidente una conflagración en nuestro pensamiento. Lo esencial del malestar de lo que llamamos la “crisis” se encuentra a ese nivel. Tal confrontación permanente con verdades relativas, la búsqueda del óptimo y un cierto pragmatismo reduciría la ansiedad o la angustia de vivir en tal mundo.

A partir de ahí, aprender, no es simplemente absorber la experiencia acumulada por los Ancianos. Esta última tiene todo su lugar, pero requiere ser reformulada. El individuo ya no puede acumular, durante su escolaridad, todo el saber que necesitará a lo largo de su vida. Aprender es un dinámica continua. Aprender equivale a romper constantemente las normas habituales o las evidencias del pensamiento. La escuela no puede limitarse a transmitir solamente la memoria de la sociedad, sino que debe prepararse para anticipar e inventar las nuevas formas de convivencia. Las elaboraciones que quedan para implementar exceden las potencialidades de un solo individuo. Es necesario desarrollar las interacciones y las cooperaciones entre las personas para favorecer el compartir del saber.

Ante a las limitaciones físicas, fisiológicas, tecnológicas y económicas a las que estamos irremediablemente sometidos, ya que forman parte de la biosfera o de nuestra historia humana o social, debemos proponer (o… inventar) un nuevo proyecto de cultura. Si esta propuesta puede parecer demasiado ambiciosa, empecemos a pensar en otro “arte de vivir”, todos juntos, haciendo del aprender el pívot…